En Caracas, la ciudad del de clima perfecto, las mañanas son brillantes, limpias y marcadas por el verdor de toda su naturaleza. Siempre he pensando que los caraqueños aman a sus “matas”, a sus plantas con una devoción inusual. Su relación con la naturaleza obedece a la generosidad que brinda la latitud y cierta animosidad con todo lo natural.
Mientras la mitad de la ciudad todavía duerma, basta pasearse por alguno de los mercados de la ciudad para tomarle el pulso a la sana costumbre de comprar todo fresco. La ciudad es un paraíso de frutas tropicales, como pocas partes en el mundo, las frutas aquí tienen un sentido casi lúdico. La gente habla de la buena fruta, de la fruta fresca como si fuera un tesoro preciado. Los mercados estimulan la interacción social entre los caraqueños, humaniza el habla, seculariza la sana plática de lo acontecido ayer. Dispersa los rumores y genera un momento de encuentro. Los mercados son el epicentro de la convivencia. Capitalizan la risa, oxigenan las mañanas, distribuyen la cultura material en sabores y olores.
El Ávila enmudece la ciudad: Su colosal presencia ratifica una extraña relación entre el Ávila y el ciudadano, en una suerte de manifiesto simbólico. “lo primero que pienso sobre Caracas es como extraño el Ávila”. La montaña llena de secretos y nombres insospechados (los platos del diablo, Naiquatá) cumple una función vital. Nos recuerda la belleza de la naturaleza. Es nuestro gran parque. Su verde decora y recrea la vista, pulveriza los demás colores, crea un grupo social sin clases sociales: aquellos que caminan el Ávila son los más felices de los caraqueños. El Ávila engalana las madrugadas, las tardes, los atardeceres y su belleza es plasmada en versos, canciones, pinturas y nostalgia.
La ciudad tiene tesoros escondidos que muchos se niegan a ver o explorar. Muy temprano cientos de chinos van al Bosque a ritualizar sus prácticas afectivas y culinarias, mientras que a media mañana la colonia peruana luego de una misa a Santa Rosa de Lima se dedica a degustar ceviche, anticuchos y alfajores cerca del Colegio de Ingenieros. Así hacen los españoles en la Candelaria, los libaneses en su club, los Italianos entre el partido del calcio y un buen almuerzo y miles de familias caraqueñas inmigrantes que hacen de los domingos un punto de encuentro. La ciudad invita a unos pocos aventureros a conocerla sin perjuicios, sin falsas suposiciones. La Ciudad vive, mientras quizás sus habitantes temen circular por ella. Acaso ir a a la Calle Colombia de Catia a degustar la comida árabe, o darse una vuelta por la Plaza el Venezolano a ver el espacio de colores de la piñatería, no es un paseo banal, sino un saludo a la ciudad posible.
La Ciudad quizás no se camine, pero hay todavía islas donde se puede transitar. Caminar de nuevo para Sabana Grande es hacer arqueología urbana. Allí esta el Gran Café de Caracas fundada por un notorio mafioso francés, el legendario restaurante Jaime Vivas, el restaurante mas viejo de la ciudad, que sigue siendo fiel a sus viejos clientes. Sabana Grande es la Pulpería del Libro, laberinto de tesoros. Sabana Grande denota el rito de ser uno de los espacios de la ciudad donde cabemos todos, donde las clases sociales desaparecen, donde los estudiantes comienzan a reencontrarse y manifestarse con la música y la buena conversa. Donde lo “in” es cada vez mas nocturno, donde el reto es retomar la noche como forma de expresión.
Mientras la mitad de la ciudad todavía duerma, basta pasearse por alguno de los mercados de la ciudad para tomarle el pulso a la sana costumbre de comprar todo fresco. La ciudad es un paraíso de frutas tropicales, como pocas partes en el mundo, las frutas aquí tienen un sentido casi lúdico. La gente habla de la buena fruta, de la fruta fresca como si fuera un tesoro preciado. Los mercados estimulan la interacción social entre los caraqueños, humaniza el habla, seculariza la sana plática de lo acontecido ayer. Dispersa los rumores y genera un momento de encuentro. Los mercados son el epicentro de la convivencia. Capitalizan la risa, oxigenan las mañanas, distribuyen la cultura material en sabores y olores.
El Ávila enmudece la ciudad: Su colosal presencia ratifica una extraña relación entre el Ávila y el ciudadano, en una suerte de manifiesto simbólico. “lo primero que pienso sobre Caracas es como extraño el Ávila”. La montaña llena de secretos y nombres insospechados (los platos del diablo, Naiquatá) cumple una función vital. Nos recuerda la belleza de la naturaleza. Es nuestro gran parque. Su verde decora y recrea la vista, pulveriza los demás colores, crea un grupo social sin clases sociales: aquellos que caminan el Ávila son los más felices de los caraqueños. El Ávila engalana las madrugadas, las tardes, los atardeceres y su belleza es plasmada en versos, canciones, pinturas y nostalgia.
La ciudad tiene tesoros escondidos que muchos se niegan a ver o explorar. Muy temprano cientos de chinos van al Bosque a ritualizar sus prácticas afectivas y culinarias, mientras que a media mañana la colonia peruana luego de una misa a Santa Rosa de Lima se dedica a degustar ceviche, anticuchos y alfajores cerca del Colegio de Ingenieros. Así hacen los españoles en la Candelaria, los libaneses en su club, los Italianos entre el partido del calcio y un buen almuerzo y miles de familias caraqueñas inmigrantes que hacen de los domingos un punto de encuentro. La ciudad invita a unos pocos aventureros a conocerla sin perjuicios, sin falsas suposiciones. La Ciudad vive, mientras quizás sus habitantes temen circular por ella. Acaso ir a a la Calle Colombia de Catia a degustar la comida árabe, o darse una vuelta por la Plaza el Venezolano a ver el espacio de colores de la piñatería, no es un paseo banal, sino un saludo a la ciudad posible.
La Ciudad quizás no se camine, pero hay todavía islas donde se puede transitar. Caminar de nuevo para Sabana Grande es hacer arqueología urbana. Allí esta el Gran Café de Caracas fundada por un notorio mafioso francés, el legendario restaurante Jaime Vivas, el restaurante mas viejo de la ciudad, que sigue siendo fiel a sus viejos clientes. Sabana Grande es la Pulpería del Libro, laberinto de tesoros. Sabana Grande denota el rito de ser uno de los espacios de la ciudad donde cabemos todos, donde las clases sociales desaparecen, donde los estudiantes comienzan a reencontrarse y manifestarse con la música y la buena conversa. Donde lo “in” es cada vez mas nocturno, donde el reto es retomar la noche como forma de expresión.
La ciudad merece ser descubierta. Merece que las personas se tomen la molestia de re – capturarla. Merece que se conozca el museo Arturo Michelena, o la casa Mendoza. O el casco colonial de Petare o la Plaza la Campiña, o los pasillos de tiendas en el Silencio. Merece que alguien del Este se digne a cruzar la frontera hacia el Oeste y explore que es ser caraqueño. Las barreras normalmente son mentales no sociales. Esas barreras merecen ser destruidas. Las fronteras mentales deberían desaparecer cuando se camina la ciudad, cuando se entra en las plazas, cuando se encuentra uno con una tienda memorable, cuando la gente te invita a recorrer su local con obvio orgullo.
Caracas entonces se reconstruye en sus galerías de arte, en los miradores espontáneos que surjan en las laderas de las montañas donde los novios observan la selva de luces. Caracas vive en su música, de todas las formas en todos los espacios, buscando decir que el arte vive en la ciudad y se niega a morir. Acaso el metro, la serpiente que nos comunica de este a oeste con una facilidad pasmosa reconstruye una línea de conocimiento que se ha perdido con el tiempo. El metro es la línea que destruye toda barrera mental. Haga una lista, reflexione:
¿Cuando fue la ultima vez que fue al Panteón Nacional?
¿Al museo Boulton?
¿Al mercado de Quinta Crespo?
¿A la plaza Miranda?
¿A la iglesia de San Francisco?
¿Al paseo de la Carlota?
¿A la plaza de la Candelaria?
¿Al parque los Chorros?
¿A la Galería de Arte Nacional?
¿Al Museo Sofía Imber? (si si, ya no se llama así, no importa, todos saben donde queda)
¿Al Casco Colonial de Petare?
¿A los Próceres?
¿Al Jardín Botánico?
¿ A la Universidad Central? (que es patrimonio de la humanidad)
Hagan la lista. Reflexionen. Piensen porque no han ido a buscar hortalizas a la Unión, o tratado de ir a alguna de las tardes literarias del restaurante Soledad, acaso el restaurante árabe más antiguo de Caracas, o quizás sentarse en un plaza de Chacao (que son seguras) y caminar por sus calles donde se esconden sitios como el restaurante Damasco, el café Sucre, el restaurante Ventura entre otros.
El caraqueño atrapado entre lo inseguro y el mundo de Direct TV sueña con otras ciudades. No es mi problema. Caracas se abre como un abanico frente a mis ojos: Caracas literaria, Caracas gastronómica, Caracas arquitectónica, Caracas dance, Caracas infantil, Caracas en su complejidad, donde la geografía supone un esfuerzo de observación y constancia en el noble arte de caminar.
Piensen solamente en la nuestra feliz tradición de dar direcciones. Caracas es el laberinto de Rodas. Una dirección común: “Ay señor…esta muy cerca…cruza al final de la panadería y encuentra un aviso gran de Frica, dos cuadras mas allá hay un edificio viejo (cuidado con el hueco), allí vera un kiosco azul y es al lado”. Otra típica: “¿Tu sabes donde esta el edificio CIMARRON en el calle esa principal que tiene muchos árboles…pues es allí mismo”. Nuestra capacidad para orientarnos es limitada, pero nuestra imaginación para describir lo descubierto es ilimitada.
Caracas en positivo es una actividad de vida. Implica una disciplina de observación y experimentación. Buscar entre sus calles los secretos de la ciudad, los sitios donde los personajes hablan por si mismo es reconstruir con paciencia la memoria y el presente de la Ciudad. Tal es el reto.