Para los peatones, el ciudadano de a pie la odisea quizás sea peor (de hecho la palabra quizás esta de mas allí, pero para eso esta la relatividad como veremos a continuación.), entre lo que tiene que madrugar (345 am para Guarenas 430am para San Antonio, 530am para el resto de la ciudad) para poder pelearse por un puesto en algún autobús maltratado por las capas lunares de nuestras calles. El pasajero duerme o permanece en una especie de estado vegetativo mientras dura el trayecto, con un cansancio acumulado a medida que avanza la semana. La gravidez de sus gestos está en sus ojos, demacrado por el paso de los días. Claro, siempre hay algo de relativismo en esta imagen. Siempre hay un loco en el autobús que tiene una cara de felicidad imperturbable. Un loco que canta canciones de amor, o tiene una risa contagiosa producto sin duda de que recibió algún regalito nocturno y en la pesadez de la mañana lo recuerda entre el smog y el forcejo de los pasajeros.
La ciudad se ha vuelto un gigantesco templo de la incertidumbre. Sabemos a que hora salimos de nuestras casas, pero ya ignoramos cuando llegaremos a nuestros destinos. No solo es un problema de movilidad, sino esa actitud de pesadez en el ambiente. Somos incapaces de ser puntuales en una ciudad que no lo premia. La cortesía es un hábito que se perdió en la bruma del smog. Nuestro mejor amigo en esas horas de peregrinaje parece ser el celular. Entramos en el metro y observamos a la gente escribiendo mensajes que no puede mandar todavía, pero que le permiten pasar el tiempo. El celular se convierte en una suerte de ayuda terapéutica en la cola:
- ¿donde andas?
- Ay chica en una tranca en la autopista camino al Banco…
- Igual yo…pero va corriendo…en 40 minutos llego fácil.
El celular es ahora nuestro mejor amigo.
¿Quién camina por una ciudad que no lo permite? Aceras rotas, pocos pasillos, lugares sin iluminación. La ciudad es un gran cráter lunar. No hay nada más fácil que caerse, maltratarse, golpearse con la acera de enfrente.
¿Quién conoce la ciudad que habita? Los centros comerciales son las jaulas seguras que albergan los refugiados de los peligros de la calle. Los malls son la máxima expresión de la perdida de espacios públicos para caminar, ser y vivir. La diversión se ha privatizado. La diversión es mercancía. Lo lúdico tiene un precio y Caracas se agota en posibilidades gratuitas de pasar un rato distinto. Los centros comerciales son las “zonas seguras” de la ciudad y en ella, hasta que están abiertos, permanecen los caraqueños en una suerte de fantasía comercial, hasta que en hordas se regresan a sus casas. El centro comercial es el hábitat de los jóvenes, de las señoras con niños, de la clase popular sin opciones, de la clase media con miedo. Un hábitat prefabricado, sin identidad, ajeno a la anécdota, complaciente por un precio determinado por un clasismo urbano de apariencias y lujos. En tiempos de socialismo la bonanza petrolera nos ha hecho más capitalista y la ciudad, como si quisiera olvidarse de si misma, asume un rol parecido a los ochenta.
Caracas no se entiende. Los caraqueños esgrimen su violencia con cada vez menos paciencia. “Antes era mejor…” se escucha entre las colas del metro o los pasillos sucios del Pasaje Zingg. “Antes era seguro…” parece ser el eslogan del momento. La ciudad se vuelve cada vez más invisible al ciudadano común quien ya no tiene a donde escapar. Ya nadie quiere salir de sus casas. ¿Para que? Ha triunfado Direct TV.
¿Quién conoce la ciudad que habita? Los centros comerciales son las jaulas seguras que albergan los refugiados de los peligros de la calle. Los malls son la máxima expresión de la perdida de espacios públicos para caminar, ser y vivir. La diversión se ha privatizado. La diversión es mercancía. Lo lúdico tiene un precio y Caracas se agota en posibilidades gratuitas de pasar un rato distinto. Los centros comerciales son las “zonas seguras” de la ciudad y en ella, hasta que están abiertos, permanecen los caraqueños en una suerte de fantasía comercial, hasta que en hordas se regresan a sus casas. El centro comercial es el hábitat de los jóvenes, de las señoras con niños, de la clase popular sin opciones, de la clase media con miedo. Un hábitat prefabricado, sin identidad, ajeno a la anécdota, complaciente por un precio determinado por un clasismo urbano de apariencias y lujos. En tiempos de socialismo la bonanza petrolera nos ha hecho más capitalista y la ciudad, como si quisiera olvidarse de si misma, asume un rol parecido a los ochenta.
Caracas no se entiende. Los caraqueños esgrimen su violencia con cada vez menos paciencia. “Antes era mejor…” se escucha entre las colas del metro o los pasillos sucios del Pasaje Zingg. “Antes era seguro…” parece ser el eslogan del momento. La ciudad se vuelve cada vez más invisible al ciudadano común quien ya no tiene a donde escapar. Ya nadie quiere salir de sus casas. ¿Para que? Ha triunfado Direct TV.
GGM 2008