viernes, 28 de noviembre de 2008

CARACAS NEGATIVA

La ciudad amanece con prisa. Hace poco nos quitaron media hora de oscuridad. En tiempos de socialismo es necesario que el hombre nuevo se levante más temprano, con más luz, con más espíritu de emprendimiento marxista. La madrugada produce ruidos rutinarios: un abrir y cerrar de grifos, golpes de puertas, aperturas de neveras, encendidos de carros. La ciudad es un inmenso monstruo que se despierta luego de muy pocas horas de descanso. La rapidez signa toda actividad. El habitante de Caracas, incapaz de pensar en la mañana, se apresura a formar parte de la horda de vehículos y transeúntes. Son dos imágenes nobles. En realidad la ciudad se convierte en un gigantesco estacionamiento de carros cuya movilidad esta limitada a una escaramuza de violentas agresiones físicas y verbales. La decencia se perdió en esta juego de malabarismo y saltos acrobáticos que nuestros conductores realizan para evitar cada hueco y obstáculo inventando por las fuerzas del orden público. En nuestras capsulas de aire acondicionado (los que lo tienen) nuestra segundo dosis de miseria supone escuchar los titulares del día, en un rito parecido en algunas estaciones de radio a los 5 minutos de odio de 1984.

Para los peatones, el ciudadano de a pie la odisea quizás sea peor (de hecho la palabra quizás esta de mas allí, pero para eso esta la relatividad como veremos a continuación.), entre lo que tiene que madrugar (345 am para Guarenas 430am para San Antonio, 530am para el resto de la ciudad) para poder pelearse por un puesto en algún autobús maltratado por las capas lunares de nuestras calles. El pasajero duerme o permanece en una especie de estado vegetativo mientras dura el trayecto, con un cansancio acumulado a medida que avanza la semana. La gravidez de sus gestos está en sus ojos, demacrado por el paso de los días. Claro, siempre hay algo de relativismo en esta imagen. Siempre hay un loco en el autobús que tiene una cara de felicidad imperturbable. Un loco que canta canciones de amor, o tiene una risa contagiosa producto sin duda de que recibió algún regalito nocturno y en la pesadez de la mañana lo recuerda entre el smog y el forcejo de los pasajeros.

La ciudad se ha vuelto un gigantesco templo de la incertidumbre. Sabemos a que hora salimos de nuestras casas, pero ya ignoramos cuando llegaremos a nuestros destinos. No solo es un problema de movilidad, sino esa actitud de pesadez en el ambiente. Somos incapaces de ser puntuales en una ciudad que no lo premia. La cortesía es un hábito que se perdió en la bruma del smog. Nuestro mejor amigo en esas horas de peregrinaje parece ser el celular. Entramos en el metro y observamos a la gente escribiendo mensajes que no puede mandar todavía, pero que le permiten pasar el tiempo. El celular se convierte en una suerte de ayuda terapéutica en la cola:

- ¿donde andas?
- Ay chica en una tranca en la autopista camino al Banco…
- Igual yo…pero va corriendo…en 40 minutos llego fácil.

El celular es ahora nuestro mejor amigo.
¿Quién camina por una ciudad que no lo permite? Aceras rotas, pocos pasillos, lugares sin iluminación. La ciudad es un gran cráter lunar. No hay nada más fácil que caerse, maltratarse, golpearse con la acera de enfrente.

¿Quién conoce la ciudad que habita? Los centros comerciales son las jaulas seguras que albergan los refugiados de los peligros de la calle. Los malls son la máxima expresión de la perdida de espacios públicos para caminar, ser y vivir. La diversión se ha privatizado. La diversión es mercancía. Lo lúdico tiene un precio y Caracas se agota en posibilidades gratuitas de pasar un rato distinto. Los centros comerciales son las “zonas seguras” de la ciudad y en ella, hasta que están abiertos, permanecen los caraqueños en una suerte de fantasía comercial, hasta que en hordas se regresan a sus casas. El centro comercial es el hábitat de los jóvenes, de las señoras con niños, de la clase popular sin opciones, de la clase media con miedo. Un hábitat prefabricado, sin identidad, ajeno a la anécdota, complaciente por un precio determinado por un clasismo urbano de apariencias y lujos. En tiempos de socialismo la bonanza petrolera nos ha hecho más capitalista y la ciudad, como si quisiera olvidarse de si misma, asume un rol parecido a los ochenta.

Caracas no se entiende. Los caraqueños esgrimen su violencia con cada vez menos paciencia. “Antes era mejor…” se escucha entre las colas del metro o los pasillos sucios del Pasaje Zingg. “Antes era seguro…” parece ser el eslogan del momento. La ciudad se vuelve cada vez más invisible al ciudadano común quien ya no tiene a donde escapar. Ya nadie quiere salir de sus casas. ¿Para que? Ha triunfado Direct TV.
GGM 2008

lunes, 10 de noviembre de 2008

Amsterdam Invisible


I parte

La sombría atmosfera aniquila el único rayo de luz. Ya no queda remedio. Nunca lograremos ser plenamente felices en esta ciudad de canales. Su clima es el protagonista permanente de una función que comienza con lluvia y termina con viento. Las calles se vuelven interminables bajo la garulla de lluvia, y las corrientes de aire pequeños tornados que nos obligan a repensar los caminos. Estamos en Ámsterdam, la Venecia del norte.

Es la ciudad que he evitado escribir durante años. Quizás por sentirme incapacitado o porque su identidad cambia cada vez que voy. Quizás porque lo que tengo que contar de ella esta a la vista de todos. Quizás porque Ámsterdam no es una ciudad sino un sitio que existe en mi imaginación, como en la de cada de una de las personas que la visitamos. Siempre he pensado que hay un Ámsterdam para cada quien. Algunas veces se convierte en una ciudad oriental, llena de especies y restaurantes chinos, alimentos picantes de tailandeses, delicateces indonesias y olores de Surinam. En esos días solo pienso en comer bao pao, huevos cubiertos de sambal y dim sum en el barrio chino. En Ámsterdam las especias están escondidas en tiendas centenarias, desde que los holandeses en plena edad media aprendieron a ocultar los sabores de las carnes con pimienta, canela, clavo, cúrcuma y sésamo. Sus significados permanecen en la vida privada de cada quien.

En otras ocasiones es una ciudad de museos. Amarillos, negros, azules premian las salas del museo real, el museo de van Gogh, del museo de historia de Ámsterdam. Los colores reconfiguran los espacios y las elegantes caminaderas de la ciudad mas modesta de Europa resplandece en unas alcobas llenas de Van Dijk, Rembrandt, Hoogstraten, Vermeer y de Koninck. Detrás de los colores, los cuadros holandeses siempre tienen un negro único que perturba, una sombra impenetrable que molesta pero que a la vez decora todo el cuadro y lo hace creíble. Los museos son templos del silencio, en donde las épocas pasan paulatinamente, en orden, por pisos: el siglo dorado, el momento de Van Gogh y las impresiones de De Koonig. Los transeúntes descubrimos la transparencia de los rostros, el verdadero significado del amarillo y la tolerancia suprema de geometría.

Ámsterdam, donde todo esta privatizado. Donde hay que pagar para ver el escondite de Ana Frank, donde hay un museo que te muestran las últimas tendencias del sexo mundial, donde se camina por tiendas de quesos para luego encontrarse con tiendas que reparan muñecas. La ciudad para los japoneses significa algo muy distinto que para los británicos. La ciudad privatiza casi hasta el oxigeno, pero democratiza el espacio privado con lugares para todos los gustos terrenales. Es cierto hay plazas y parques que se convierten en espacios de encuentro en el verano, pero son espejismos locales. En realidad la ciudad se reinventa todos los días. Ámsterdam fue una de las primeras ciudades modernas y son duda que en ella la postmodernidad se inventa todos los días.