lunes, 10 de noviembre de 2008

Amsterdam Invisible


I parte

La sombría atmosfera aniquila el único rayo de luz. Ya no queda remedio. Nunca lograremos ser plenamente felices en esta ciudad de canales. Su clima es el protagonista permanente de una función que comienza con lluvia y termina con viento. Las calles se vuelven interminables bajo la garulla de lluvia, y las corrientes de aire pequeños tornados que nos obligan a repensar los caminos. Estamos en Ámsterdam, la Venecia del norte.

Es la ciudad que he evitado escribir durante años. Quizás por sentirme incapacitado o porque su identidad cambia cada vez que voy. Quizás porque lo que tengo que contar de ella esta a la vista de todos. Quizás porque Ámsterdam no es una ciudad sino un sitio que existe en mi imaginación, como en la de cada de una de las personas que la visitamos. Siempre he pensado que hay un Ámsterdam para cada quien. Algunas veces se convierte en una ciudad oriental, llena de especies y restaurantes chinos, alimentos picantes de tailandeses, delicateces indonesias y olores de Surinam. En esos días solo pienso en comer bao pao, huevos cubiertos de sambal y dim sum en el barrio chino. En Ámsterdam las especias están escondidas en tiendas centenarias, desde que los holandeses en plena edad media aprendieron a ocultar los sabores de las carnes con pimienta, canela, clavo, cúrcuma y sésamo. Sus significados permanecen en la vida privada de cada quien.

En otras ocasiones es una ciudad de museos. Amarillos, negros, azules premian las salas del museo real, el museo de van Gogh, del museo de historia de Ámsterdam. Los colores reconfiguran los espacios y las elegantes caminaderas de la ciudad mas modesta de Europa resplandece en unas alcobas llenas de Van Dijk, Rembrandt, Hoogstraten, Vermeer y de Koninck. Detrás de los colores, los cuadros holandeses siempre tienen un negro único que perturba, una sombra impenetrable que molesta pero que a la vez decora todo el cuadro y lo hace creíble. Los museos son templos del silencio, en donde las épocas pasan paulatinamente, en orden, por pisos: el siglo dorado, el momento de Van Gogh y las impresiones de De Koonig. Los transeúntes descubrimos la transparencia de los rostros, el verdadero significado del amarillo y la tolerancia suprema de geometría.

Ámsterdam, donde todo esta privatizado. Donde hay que pagar para ver el escondite de Ana Frank, donde hay un museo que te muestran las últimas tendencias del sexo mundial, donde se camina por tiendas de quesos para luego encontrarse con tiendas que reparan muñecas. La ciudad para los japoneses significa algo muy distinto que para los británicos. La ciudad privatiza casi hasta el oxigeno, pero democratiza el espacio privado con lugares para todos los gustos terrenales. Es cierto hay plazas y parques que se convierten en espacios de encuentro en el verano, pero son espejismos locales. En realidad la ciudad se reinventa todos los días. Ámsterdam fue una de las primeras ciudades modernas y son duda que en ella la postmodernidad se inventa todos los días.

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