jueves, 27 de mayo de 2010

Pinceladas de Madrid


















En Madrid hay dos ciudades muy bien delimitadas. Hay dos visiones, dos maneras de asumir el mundo y lo cotidiano, dos percepciones de cómo vivir y que hacer. En Madrid hay una ciudad de día y otra de noche. El punto de quiebra, la frontera no está bien definida. Hay un cruce, una señal de paso que comienza a media tarde, que invita a que los madrileños se vayan a sus casas, y que luego de pasado cierto tiempo despierten de su letargo diurno y jueguen su papel nocturno.

Madrid de día se dibuja en el Metro, en el bus, en los coches, en las distancias largas. Sus habitantes son como lo de cualquier ciudad moderna. En la noche Madrid es una ciudad pedestre, se regresa al viejo arte de caminar; se construyen espacios nocturnos por doquier. Se festeja la noche como si fuera un derecho natural de sus habitantes. Las calles se vuelven rutas de fiesta, de encuentro, de sociabilidad.

Todo local tiene un significado interesante. Algunos de los sitios fueron puestos para los turistas: espacios de ¨lo español” o ¨”lo madrileño”, construyen imágenes permanentes entre lo rustico y “tradicional” (i.e. La Calle de Cuchilleros) y lo novedoso ergo chic (Casa Lucas). En otro nivel, están donde los madrileños van según sus gustos y preferencias; desde las tabernas de trabajadores de Atocha hasta los lugares emblemáticos de Chueca, por no hablar de las periferias de la ciudad. Son sitios de reunión y compadrazgo. Cada sitio resuelve su existencia con la lealtad de sus clientes.

Más allá de los locales, el peatón jamás se aburre, hay una sensación totalmente nocturna en el ambiente: los bares van acompañados de librerías que abren 24 horas, de churros con chocolates a las 300am para los temerarios, de vendedores de todo tipo de necesidades básicas.

¿Es el madrileño nocturno? Evidentemente. Pero detrás de pregunta está la sospecha de que la ciudad nocturna es en realidad la Madrid que prevalece sobre la ciudad diurna. Lo nocturno es la norma y no la excepción en este caso. El madrileño se ufana de la Marcha, de las opciones nocturnas, de encontrarse en tal y cual plaza, de retomar la costumbre centenaria del “parle” intricado y goloso: con un madrileño se puede hablar de todo. Es decir, se construye la ciudad para que de noche juegue su papel protagónico. Se trabaja de día para que cada noche Madrid se convierta no es una “fiesta” sino en una gran plaza pública de intercambios de felicidad.

Madrid entonces, se transforma en luces que en cada calle transpira historia, placer y acertijos. Se dice fácil: “por aquí paso Cervantes y Góngora, declamo Quevedo y se paseo Lorca. Velásquez tenía estudio a dos calles y Goya buscaba modelos allí.”

La Plaza de Sol adquiere otro significado entonces de noche. Las plazas son sitios de encuentro, de manifestación (real o ficticia), de ver o dejarse ver, de deja vú permanente, son espacios de libertad pero también de control, donde se reúnen tribus o individualidades bajo el antifaz de “lo público”. En la noche todas estas manifestaciones se duplican. En Madrid donde las calles siempre llevan a plazas, estas últimas son encrucijadas de gustos y placeres. El madrileño te señala la ruta de los placeres (para todos los gustos) a través de las plazas: “llegas al Sol y coged la derecha” – la plaza es el demarcador natural, la boya en medio del océano urbano.


En Madrid se construyen los espacios nocturnos. El mercado de San Miguel ha sido convertido en un espacio lúdico único en cualquier parte del mundo. Ha sido creado para reconstruir la noche y darle una dimensión festiva y alegre. Es una fiesta pública ( a cierto precio). La fuente / plaza de Cibeles y la de Neptuno de noche es un “arco del triunfo” moderno. Los Madrileños, como buena parte de los españoles encuentran fechas para celebrar lo sagrado y lo profano.

Creo entonces que el Madrid nocturno es el que prevalece, el que se demarca al de día. Madrid nocturno supera al Madrid diurno.

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