viernes, 8 de febrero de 2013

La Monja en el tren Talgo camino a Barcelona





El Tren Talgo se detuvo lentamente en la estación de Sevilla. Al ingresar temí de nuevo por mí. La pava estructural que me acompaña en mis viajes se remite a que siempre me toca un indeseado en el puesto de al lado. Esta vez no fue la excepción. Había una monja esperándome.
Debo aclarar que no tengo nada contra las monjas y la función social que cumplen. Desde hace muchos años me ha interesado mucho el tema de la vocación y he profundizado en averiguar que lleva a una persona a dedicar su vida a la religión; pero no era especialmente fortuito que me tocara una monja las ocho horas que duraría el viaje a Barcelona.
La Monja me miro tímida. Yo la miré resignado. Revise por tercera vez mi boleto, para verificar una vez más que el destino (¿divino?) me seguía jugando una mala pasada. Me senté, arregle mis cosas; siempre viajo con varios materiales de lectura, y medite si sacaba el libro “Memorias de una puta triste” de García Márquez. En un acto de auto-censura decidí que por los momentos no era conveniente.
Comenzaron las introducciones:
-          “Buenos días”
-          “Buenos días madre”
-          “Bonito día para un paseo en tren hijo, ¿no es cierto?” – Mi miseria no podía ser mayor, era una monja que le gustaba hablar – es decir, por horas.
-          “Si madre, aunque anoche llovió”.
La monja era como cualquier otra monja. Totalmente cubierta era difícil imaginarse su edad. No era ni joven ni vieja. Tenía una cara dócil, unas manos pulcras, una postura frontal. Me la imagine de pequeña, jugando con otros niños y como siempre me pregunte que hace que una persona se dedique a la vida monacal. Su cara era “Giotto” style.
La ficha técnica de la monja nunca se me olvidará: Pertenecía a las Dominicas de La Anunciada -  o sea - Monjas Contemplativas de la Orden de Predicadores. Licenciada en Filosofía y Teología. Devota de San Gabriel y la Santa Clara de Asís. Española – Italiana.
-          “¿De donde eres con ese acento?” – Me pregunto
-          “Venezuela, madre”
-          “Ah las Américas…” – murmuró, y me sentí en una película del siglo de oro español y a su vez como un criollo de tercera categoría.
-          “¿Y cómo es tu relación con Dios?” – pregunto sin piedad – sacando la artillería pesada de una vez en una especie de blitzrieg.
-          “¿Mi relación con Dios…?” – Balbucee –
“Trágame tierra” fue lo que pensé a continuación.  Tenia ganas de decirle la respuesta que había dado Miguel Bose en una entrevista: “No tengo una relación con Dios, nunca me lo han presentado”, pero pensé que no sería una buena idea. Este era uno de esos momentos en la vida, cuando te preguntas en tu Fe, en tus creencias, en esa extraña sensación de vacío espiritual que normalmente palias con otras actividades. Hasta ese momento mi historia religiosa se circunscribía a los pocos afectos que sentía por la institución iglesia y la admiración por algunos de sus miembros más radicales, más intelectuales, menos dogmáticos.
-          “Mi relación con Dios, madre, es muy leve” – le dije, sospechando lo peor. “Aunque estudie en un colegio católico”, - dije con cierto orgullo.
Pensé en mi boleta eclesiástico y preferí no manifestarme. Saldría raspado.
1.       Bautizo: 20 (fui bautizado con todos los honores, a pesar de que no me acuerdo de nada)
2.       Primera Comunión: 01 (Nunca la hice – mi mama al negarme, no insistió)
3.       Confirmación: prelada (por no haber hecho las primera comunión)
4.       Confesiones: 09 (Una cada mes en la secundaria- luego de eso la lista de pecados se ha acumulado a la ∞.
5.       Idas a Misa: 10 (es decir cumplo con ir a las misas que involucran fallecimientos, matrimonios y eventos especiales)
6.       Religiosidad: 08 (sin comentarios)
Promedio: 08
“La palabra de Jesús es siempre útil para encontrar los caminos de Dios” me dijo la Madre.
Siempre he querido ir a Israel. Me llaman la atención los sitios que se pueden visitar que están cargados de una religiosidad combinada con cierto fervor turístico. ¿Qué puede llevar a una persona a creer cuando esta en Belén, que el lugar que le enseñan a uno es efectivamente el sitio donde nació Jesús Cristo, un judío arameo hace más de 2000 años? Debe ser interesante no ir al lugar, sino ver a los peregrinos que se acercan con verdadera Fe y religiosidad.
La Monja y yo entablamos a partir de ese momento una feroz batalla ideológica. No soy un experto teológico ni mucho menos, pero me sentía capaz de defender la poca Fe que tengo, que se sitúa entre el humanismo y la ayuda al prójimo (¿mi gen cristiano?). La Monja defendía el papel de la iglesia, su integridad moral y los valores católicos por encima de todo. Yo me sentí capaz irónicamente capaz de mencionarle la riqueza del Vaticano. Ella riposto con las obras sociales: Yo le mencione que la iglesia podía “opinar” sobre la vida de los demás, no “imponer”. Ella me hablo de que tener Fe permite que tu alma viviera en Paz. La envidie por un momento. Tener tanta certeza, tanta claridad de vida, saber el camino a seguir era un lujo que el humanismo no tenía. Siempre había dudas y verdades por descubrir. En la religión todo pareciera estar escrito. Hay pistas. Hay señales.
Mi envidia duro poco. Al tocar el tema del celibato, la monja enmudeció. No dijo nada. Cero. Su silencio me preocupó. Me sentí mal por tocar esa tecla, pero era mi última oportunidad de (¿ganar?) hacerle reflexionar sobre algunos puntos. ¿Qué estaría pensando? ¿Sobre lo que nunca fue o sería? ¿Sobre alguna persona que amo? ¿Sobre como la Fe es más poderosa que todos deseos carnales o extra terrenales?
En la Biblia la palabra celibato no aparece por ninguna parte.
Lo que siguió fue una confesión de partes. Si, el celibato era una “prueba más de Dios” me dijo. La monja cuando estaba joven se había enamorado de un compañero de clase. Tenían 16 años. Había sido un romance que tocaba lo espiritual pero también lo físico. Su círculo social no aprobaba el joven, lo consideraban “indigno de ella”. No la dejaron verlo más. Su familia, piadosa y religiosa en extremo, así como también pobre y sin recursos, no participaba en su gusto por la historia y la lectura. Su vocación nació de su deseo de aprender, de conocer otras sabidurías y saberes. Como muchas otras vocaciones nació producto de la necesidad y de la falta de oportunidades.
La monja me miró con tristeza: - “Eso paso hace muchos años” sentenció.
El Talgo continúo su largo recorrido y la Monja no hablo más en todo el trayecto. 

Llegue a Berlín a pocos meses de haber caído el Muro.


Llegue a Berlín a pocos meses de haber caído el Muro.  Hacia un frió anormal, de esos que te entran en los huesos y no se van. La ciudad a las 400am no decía mucho. Había un silencio muy propio de la inactividad, pero a la vez de una cierta pesadez que recorría el ambiente.  Para ese momento la humanidad todavía recordaba esos días cuando  miles de ciudadanos berlineses, violados de sus derechos de asociación, libertad y humanidad decidieron romper con el orden social y ser libres. Lo digo con toda la pasión que merece, porque así se percibió en las escuelas, en las oficinas, en los bares de todo el mundo. Una sensación tan única que solo ha sido superada (en mi modesta opinión) cuando liberaron a Mandela. 

Berlín del Este seguía siendo, sin embargo, una ciudad triste, seca y sucia, que aun padecía de un estalinismo arquitectónico.  Del otro lado Berlín Occidental parecía un gran parque de atracciones., lleno de dulces y golosinas, donde los centros comerciales anunciaban el triunfo del capitalismo.

Para mis amigos y yo, acostumbrados a las bondades de los países desarrollados Berlin Oriental sólo supuso la primera de muchas sorpresas a lo largo de esas semanas que pasamos en Alemania y luego en Polonia. En esas primeras impresiones estaba claro que la discusión iba más allá del capitalismo y el comunismo. Bastaba conversar con un alemán u oriental o un polaco para darse cuenta del enorme crimen que se había cometido. Insertos en un mundo  impregnados de slogans falsos (en los últimos años ya nadie creía lo que se decía), comida ajustada a una dieta forzosa, listas de espera para casi todo, los habitantes que vivieron el comunismo solo pensaban en ese momento: ¿Y ahora qué? El comunismo asfixia cualquier forma de inventiva.  Aísla a la persona al grupo y lo lleva a dudar de su singularidad – todo se resuelve en un sinfín de burocracias paralelas, discursos partidistas y lo que es peor – realidades orwellianas. La calidad de vida que anuncia que todos “vivimos decentemente” se traduce en “todos somos pobres”.

Polonia eran kilómetros de campos abandonados, industrias quebradas, iglesias tristes y miles de personas calificadas en absolutamente nada. Ni los maestros con los que hablamos tenían nada que enseñar: todo que lo que el comunismo les había enseñando no servía para nada en el mundo real. Eran los profetas obligados de una letra muerta.

Gdansk, cuna de la resistencia polaca, era un sitio hostil, una fotografía de los años cincuenta, todo se caí a pedazos.

Entramos en un bar en un pueblo de la costa báltica. El viento era terrible. Adentro había unas 25 personas sentadas en parejas tomando cervezas. Olía a fracaso. No había música y la alegría seguramente no era uno de los verbos más utilizados. Por otra parte nosotros éramos extraterrestres de una lejana galaxia. De la conversación con los locales supimos de la opresión lingüística, de los polacos “delatores” de sus propios compatriotas, de la sovietización forzada – del culto al colectivismo sin ninguna recompensa. El pesimismo era parte del lenguaje y se mezclaba con el incierto futuro. Los jóvenes ya se habían ido a las ciudades donde se respiraba una modernidad que llevaba con 45 años de retraso. El pueblo nos contaron había sido el balneario predilecto del Apparatchik polaco y ruso, donde estos pasaban sus veranos “socialistas”. Sus grandes dachas, eran ahora mansiones abandonadas. Muchos de los lugareños habían trabajado en esas casas, siendo sirvientas y obreros en un mundo socialista de la alta élite comunista polaca, entre productos importados de Suecia y lujos de toda Europa. La paradoja era que ahora no había empleo en el pueblo y estas personas estaban a la deriva. 

Solidaridad, el movimiento obrero, no solo fue un impulso, una barrera de resistencia con el fascismo y la tiranía, sino también en su momento fue una posición ética y moral. Fue decir "hasta aquí llegaron"...podemos ser otro país, otra sociedad. Solidadridad no solo fue un movimiento obrero, fue una resistencia cabal al feudalismo soviético.