El Tren Talgo se detuvo
lentamente en la estación de Sevilla. Al ingresar temí de nuevo por mí. La pava
estructural que me acompaña en mis viajes se remite a que siempre me toca un
indeseado en el puesto de al lado. Esta vez no fue la excepción. Había una
monja esperándome.
Debo aclarar que no tengo nada contra las monjas y la
función social que cumplen. Desde hace muchos años me ha interesado mucho el
tema de la vocación y he profundizado en averiguar que lleva a una persona a
dedicar su vida a la religión; pero no era especialmente fortuito que me tocara
una monja las ocho horas que duraría el viaje a Barcelona.
La Monja me miro tímida. Yo la miré resignado. Revise por
tercera vez mi boleto, para verificar una vez más que el destino (¿divino?) me
seguía jugando una mala pasada. Me senté, arregle mis cosas; siempre viajo con
varios materiales de lectura, y medite si sacaba el libro “Memorias de una puta
triste” de García Márquez. En un acto de auto-censura decidí que por los
momentos no era conveniente.
Comenzaron las introducciones:
-
“Buenos días”
-
“Buenos días madre”
-
“Bonito día para un paseo en tren hijo, ¿no es
cierto?” – Mi miseria no podía ser mayor, era una monja que le gustaba hablar – es decir, por horas.
-
“Si madre, aunque anoche llovió”.
La monja era como cualquier otra monja. Totalmente cubierta
era difícil imaginarse su edad. No era ni joven ni vieja. Tenía una cara dócil,
unas manos pulcras, una postura frontal. Me la imagine de pequeña, jugando con
otros niños y como siempre me pregunte que hace que una persona se dedique a la
vida monacal. Su cara era “Giotto”
style.
La ficha técnica de la monja nunca se me olvidará: Pertenecía
a las Dominicas de La Anunciada - o sea -
Monjas Contemplativas de la Orden de Predicadores. Licenciada en Filosofía y
Teología. Devota de San Gabriel y la Santa Clara de Asís. Española – Italiana.
-
“¿De donde eres con ese acento?” – Me pregunto
-
“Venezuela, madre”
-
“Ah las Américas…” – murmuró, y me sentí en una
película del siglo de oro español y a su vez como un criollo de tercera
categoría.
-
“¿Y cómo es tu relación con Dios?” – pregunto
sin piedad – sacando la artillería pesada de una vez en una especie de blitzrieg.
-
“¿Mi relación con Dios…?” – Balbucee –
“Trágame tierra” fue lo que pensé a continuación. Tenia ganas de decirle la respuesta que había
dado Miguel Bose en una entrevista: “No
tengo una relación con Dios, nunca me lo han presentado”, pero pensé que no
sería una buena idea. Este era uno de esos momentos en la vida, cuando te
preguntas en tu Fe, en tus creencias, en esa extraña sensación de vacío
espiritual que normalmente palias con otras actividades. Hasta ese momento mi
historia religiosa se circunscribía a los pocos afectos que sentía por la
institución iglesia y la admiración por algunos de sus miembros más radicales, más
intelectuales, menos dogmáticos.
-
“Mi relación con Dios, madre, es muy leve” – le
dije, sospechando lo peor. “Aunque estudie en un colegio católico”, - dije con
cierto orgullo.
Pensé en mi boleta eclesiástico y preferí no manifestarme.
Saldría raspado.
1.
Bautizo: 20 (fui bautizado con todos los
honores, a pesar de que no me acuerdo de nada)
2.
Primera Comunión: 01 (Nunca la hice – mi mama al
negarme, no insistió)
3.
Confirmación: prelada (por no haber hecho las
primera comunión)
4.
Confesiones: 09 (Una cada mes en la secundaria-
luego de eso la lista de pecados se ha acumulado a la ∞.
5.
Idas a Misa: 10 (es decir cumplo con ir a las
misas que involucran fallecimientos, matrimonios y eventos especiales)
6.
Religiosidad: 08 (sin comentarios)
Promedio: 08
“La palabra de Jesús es siempre útil para encontrar los
caminos de Dios” me dijo la Madre.
Siempre he querido ir a Israel. Me llaman la atención los
sitios que se pueden visitar que están cargados de una religiosidad combinada
con cierto fervor turístico. ¿Qué puede llevar a una persona a creer cuando
esta en Belén, que el lugar que le enseñan a uno es efectivamente el sitio
donde nació Jesús Cristo, un judío arameo hace más de 2000 años? Debe ser
interesante no ir al lugar, sino ver a los peregrinos que se acercan con
verdadera Fe y religiosidad.
La Monja y yo entablamos a partir de ese momento una feroz
batalla ideológica. No soy un experto teológico ni mucho menos, pero me sentía
capaz de defender la poca Fe que tengo, que se sitúa entre el humanismo y la
ayuda al prójimo (¿mi gen cristiano?). La Monja defendía el papel de la
iglesia, su integridad moral y los valores católicos por encima de todo. Yo me
sentí capaz irónicamente capaz de mencionarle la riqueza del Vaticano. Ella
riposto con las obras sociales: Yo le mencione que la iglesia podía “opinar”
sobre la vida de los demás, no “imponer”. Ella me hablo de que tener Fe permite
que tu alma viviera en Paz. La envidie por un momento. Tener tanta certeza,
tanta claridad de vida, saber el camino a seguir era un lujo que el humanismo
no tenía. Siempre había dudas y verdades por descubrir. En la religión todo
pareciera estar escrito. Hay pistas. Hay señales.
Mi envidia duro poco. Al tocar el tema del celibato, la
monja enmudeció. No dijo nada. Cero. Su silencio me preocupó. Me sentí mal por
tocar esa tecla, pero era mi última oportunidad de (¿ganar?) hacerle
reflexionar sobre algunos puntos. ¿Qué estaría pensando? ¿Sobre lo que nunca
fue o sería? ¿Sobre alguna persona que amo? ¿Sobre como la Fe es más poderosa
que todos deseos carnales o extra terrenales?
En la Biblia la palabra celibato no aparece por ninguna
parte.
Lo que siguió fue una confesión de partes. Si, el celibato
era una “prueba más de Dios” me dijo. La monja cuando estaba joven se había
enamorado de un compañero de clase. Tenían 16 años. Había sido un romance que
tocaba lo espiritual pero también lo físico. Su círculo social no aprobaba el
joven, lo consideraban “indigno de ella”. No la dejaron verlo más. Su familia,
piadosa y religiosa en extremo, así como también pobre y sin recursos, no
participaba en su gusto por la historia y la lectura. Su vocación nació de su
deseo de aprender, de conocer otras sabidurías y saberes. Como muchas otras
vocaciones nació producto de la necesidad y de la falta de oportunidades.
La monja me miró con tristeza: - “Eso paso hace muchos años”
sentenció.
El Talgo continúo su largo recorrido y la Monja no hablo más
en todo el trayecto.