Estambul es una ciudad definitiva. Es el epicentro de nuevos
olores, sabores, nuevas visiones de los contornos de la modernidad y la
tradición. Estambul es el rio Bósforo. Estambul es comercio. Huele al
mediterráneo. Tiene una nostalgia pesada de un lado del Bósforo, una carga de
modernidad avasallante del otro lado. Despliega alternativas infinitas a la
vista del visitante que deambula por sus calles. Resume de una manera quizás
romántica lo que Borges alguna vez expreso como ese encuentro con Oriente.
La primera impresión al llegar al aeropuerto es la de un
país que avanza. Todo esta planteado para así parezca – tiendas de Victoria
Secret y Starbucks sirven de marco a
miles de visitantes de toda Asia y Europa. El aeropuerto en sí es un triunfo de
la Turquía moderna – una suerte de declaración de que aquí se viene a invertir.
Apenas pasamos la aduana – nos encontramos con las primeras señalas de que
todavía estamos en un país en desarrollo: cientos de choferes con pancartas
buscan al visitante, al hombre de negocios en lo que parece un terminal de
cualquier parte de Venezuela. Mientras nos llevan al centro de la ciudad,
sorprende la cantidad suburbios modernos, amplias avenidas, pulcras ornamentos
de la modernidad y el progreso. Todo el camino por la playa denota que hay
orden. El azul del océano es devastador. A primera vista no se sabe si Estambul
pertenece al mediterráneo o el mediterráneo a Estambul. El mar pareciera a tener
una gran importancia para ellos – el comercio, las otras influencias todas
parecen tener su origen en el mar.
En un instante nuestro chofer se desvía de la moderna
autopista y entre en un nodo de una callejuela cualquier que nos impulsa cuesta
arriba. En segundos estamos en un vecindario que pudiera ser construido en los
años 40. Retrocedimos abruptamente en el tiempo. Desfilamos ante cientos de
tiendas, pequeños comercios, sitios de comida, mercancía en la calle – gentes
con otras pieles y vestimentas. El barrio de Beyazit nos arropa con todo su esplendor
comercial. Pareciera que aquí vender no sólo es un arte sino una forma
milenaria de vida. Beyazit huele a telas, a kebab recién hecho, huele a cuero
curtido.
Nuestro hotel esta localizado en el medio de Beyazit. Esta
estratégicamente cerca de todo. El Gran Bazar esta a tres cuadras, imponente
como un gigantesco laberinto – la primera impresión es definitiva. Hemos
llegado al origen del comercio. Más allá de su evidente propuesta turística, el
gran bazar conserva su esencia mística. Huele a especies y a cuero; se cultiva
el vidrio, el oro, la plata. Son glamorosos sus pasillos, decorados con todo lo
que uno se pueda imaginar. Los dueños de los locales posean un ADN comercial de
siglos de experiencia. Son poliglotas natos, juglares de las palabras, caballeros con las damas, negociantes de
oficio y vocación, feroces a la hora de defender su precio final. Saben el
cuando, como, donde y el que del comercio. No se apuran, te presentan a su
esposa, te brindan té, te seducen en base a tus necesidades creadas, juegan con
su venta, hacen parecer las cosas que venden como verdaderas joyas de arte
cuando no lo son, deciden honrarte con el noble arte en el que ellos son
únicos: el arte del regateo. Es una sensación maravillosa estar en el gran
laberinto del Gran Bazar simplemente viendo la misma escena de los últimos 400
años, cientos de personas buscando satisfacer algún placer o lujo.
Apenas dejar nuestras cosas en el hotel nos fuimos a Asia.
Nuestra intención era comer en el legendario Ciya Sofrasi – quizás el mejor
comedor de Estambul. Tomamos el barco desde Eminönü hasta Kadikoy saboreando el
atardecer mientras el Bósforo nos daba la bienvenida formalmente a la ciudad.
El Bósforo debe ser simbólicamente muy importante para los habitantes de esta
ciudad. Debe ser una constante memoria
de situaciones vividas en él. Igualmente se intuye que es un espacio de
socialización. Miles de personas lo cruzan todos los días mientras beben té,
café y charlan o leen el periódico. Hay parejas, familias, niños emocionados
por montarse en el barco, personas solitarias en sus pensamientos en el barco. El
paseo por el Bósforo es una pausa para el Estambulí, un momento en el tiempo
(¿para reflexionar?), para admirar la ciudad. El Bósforo permite que la ciudad
se deje mostrar.
Al caminar por las calles de Kadikoy finalmente llegamos al
Oriente. No hay manera de describir el apabullante sentimiento de libertad y
placer que transmiten las calles de Kadikoy. Decenas de tiendas, restaurantes,
puestos de mercados en donde literalmente miles de personas caminan buscando y
encontrando la fiesta que significa el mediterráneo. Ciya Sofrasi se encuentra
allí, un local que comenzó modesto y que hoy es famoso por recuperar los
sabores de platos de toda Turquía. El secreto de Ciya Sofrasi son dos. Sus
ingredientes frescos y pulcros, desconocidos sabores milenarios. El segundo
secreto es el personaje de Musa Dagdeviren el chef que dedica gran parte de su
tiempo a viajar por toda Turquí recogiendo recetas y sabores que se creían
perdidos. La comida es espectacular. Los turcos saben disfrutar de sus
platillos. Dagdeviren rodeado de ollas espectaculares “sugiere” que comer en un
ingles inexistente. Todo lo dice en turco, pero se nota que cada plato es un
estudio de alguna receta perdida en el tiempo. Yo apunto con mi dedo y quiero
probarlo todo, pero es imposible – hay demasiada variedad. Dagdeviren se ríe de
mí y me invita a garbanzos con cordero en una salsa semi picante – luego me
indica que algo con yogurt acompañaría perfectamente este plato. Acepto gustoso
como un discípulo recién incorporado a una cofradía religiosa.
La comida turca es sencilla y a la vez compleja. Sencilla en
la utilización de la cocina – compleja en el uso de las especies. Todos los
sabores son nuevos, trabajados con verduras que nos son conocidas: berenjenas,
calabacines, okras, vainitas, tomates, garbanzos y decenas de plantas verdes:
espinacas entre otras. Hay una alegría al comer que es muy mediterránea. El
turco le dedica tiempo, desde la infinidad de meses (aperitivos o tapas)
calientes o frias hasta los platos principales y los postres. Estambul es una
ciudad definitiva para comer. Ciya Sofrasi es un templo de sabores donde
reconozco que salí asombrado.
Mención aparte merecen las mezquitas de la ciudad. Nuestro
primer encuentro con una Mezquita fue la primera noche, mientras regresábamos
de Asia luego de cenar. Cruzamos el Bósforo por el puente de Galata y vimos
cerca de Eminönü una luz tenue que parecía ser la entrada a una mezquita. Luego
supimos que era la Nueva Mezquita o Yeni Cami (construida en 1597). Como
primera experiencia en una mezquita fue definitiva. El mero hecho de ser los
únicos en la mezquita a esa hora de la noche lo hizo especial. Con unos
candelabros espectaculares – la Yeni Cami nos introdujo en el complejo mundo
musulmán. Una mezquita sirve a la vez de templo, centro cultural, punto de
encuentro y lugar de reflexión o meditación. Frente a la modernidad es un lugar
cálido, un espacio público con sentido, un lugar para pensar. Luego de ver
decenas de ellas a lo largo de Estambul no puedo sino pensar que son una buena
idea. Frente a la modernidad son oxigeno puro. Sin embargo da la sensación (por
lo menos la percepción) que la religiosidad esta presente en todas partes de
Estambul. La religiosidad esta en la gente.
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