Entre a Boloña una mañana muy fría. Este invierno parece que no va a terminar nunca. Camine las tres necesarias cuadras al hotel que había descubierto en Internet. Era un buen hotel, sencillo, casero pero con ciertos lujos. Boloña siempre me hace ilusiones. Es la ciudad de Italia, junto con Roma donde viviría sin pensarlo. Se puede caminar completa, tiene tres universidades que son monumentos de la humanidad y la comida sin duda es la mejor de Italia. He bautizado esta ciudad, la ciudad del Ocre pues todos sus edificios reflejan distintos tonos de amarillo. La ciudad entonces parece un sol de tarde, y transpira un cierto brillo a pesar de la época tan gris cuando cae la noche.
Boloña es también misterio. Sus callejones son cementerios de recuerdos y muertes, de duelos y aventuras amorosas. Sus calles son cuadros de la memoria colectiva. En la noche fui a un concierto de música clásica en un pequeño teatro del centro. Era un concierto de clarinete. No me gusta ese instrumento. Me parece de jeva. Muy suave, poco sonido, no se...pero fui igual. Tenia la secreta esperanza de encontrarme con ella sentada en una de las filas. La última vez la vi fue allí. Tenia la esperanza de cruzar unas palabras con ella, que viera que todavía me gustaba leer, que ahora estoy más flaco y que hago ejercicio. Que viera que conservo algo de la picaresca, de la ironía y a la vez de la sensibilidad que tanto le llamaba la atención. Siempre le gusto mi sensibilidad.
Boloña es más bella aun de noche. Salí a comer a mi restaurante preferido que se llama CESARI. El menú allí es invariable: Insalata Mixta con Funghi, Tortelones de auyama y salvia, costillitas de cerdo y vegetales y Tiramisú. No hay otra posibilidad. Cada plato era una batalla contra mi propio placer.
Es necesario estar en Boloña para entender los placeres de la vida. Cada rincón tiene una tienda de exquisiteces. El palacio de todo se llama TAMBORINI, donde jamones, trufas, pastas, aceites, panes, encurtidos y vinos conviven en una armonía dantesca. Soy feliz entre estos templos de cultura. La busque entre las calles, sin nostalgia, quizás con algo de premonición. En mi negocio buscas mucho, casi todo el tiempo, pero pocas veces consigues lo que quieres.
Boloña con unas cuantas copas de vino encima y la exhuberancia de su magnifica comida parece un laberinto. Me perdí sin remedio tres veces...por calles desconocidas. Todo es ganancia. Perderse aquí es un lujo extraño. Descubres un nuevo templo gastronómico, una puerta fascinante, una pareja que se besa...un nuevo departamento universitario, una música rara que sale de un balcón. Descubres que la vida es así; cuando no caminamos rara vez vemos la belleza, rara vez encontramos el horror. Rara vez tenemos razón en al emitir opiniones, si antes no has caminado.
Garisenda y Asinelli, las dos torres de Boloña me observaban entre las sombras como testigos silenciosos. Boloña tiene la universidad más antigua de occidente. 1088. Se dice fácil. Marconi, Dante, Pasolini y Copérnico han pasado por allí. Entre las dunas de ocre estaba mi pasado mi presente y mi futuro. Examinas cualquier calle y te encuentras con símbolos, códigos, texturas que te han acompañado toda la vida. Hay personas que observan los techos, otras los transeúntes que deambulan, otros los negocios. Yo miro los rostros, las caras que denotan deseo, seriedad, o simplemente soledad. Denoto la arrugas de la jornada, las cicatrices de la tristeza, las bondades de la piel. Dice un autor ingles que las miradas son un reflejo del alma. De hacer así Cesaria Evoria seria la diosa de la tristeza. La calle tiene capas por descubrir, finas lonjas de cebada existencial que deja energía por doquier.
Allí estaba ella, en una esquina, descubriendo su rostro marmoteado con finas expresiones de asombro. En eso nos parecíamos: todo nos asombraba. Su mirada hacia mi fue total. Teníamos cuatro años que no nos veíamos y el tiempo (el tiempo – otro tema que me atormenta) no había pasado en vano. Comenzaríamos ese día el viaje de redescubrirnos. Reencontrar algunas viejas postales de gustos y sabores compartidos, redefinir la forma de tocarnos y vernos, colocar en el centro del episodio nuevas formas de transitar la geografía tantas veces pérdida de la memoria y los sentimientos. Nos esperaba un nuevo capítulo.
Boloña
Octubre - 2003
Boloña es también misterio. Sus callejones son cementerios de recuerdos y muertes, de duelos y aventuras amorosas. Sus calles son cuadros de la memoria colectiva. En la noche fui a un concierto de música clásica en un pequeño teatro del centro. Era un concierto de clarinete. No me gusta ese instrumento. Me parece de jeva. Muy suave, poco sonido, no se...pero fui igual. Tenia la secreta esperanza de encontrarme con ella sentada en una de las filas. La última vez la vi fue allí. Tenia la esperanza de cruzar unas palabras con ella, que viera que todavía me gustaba leer, que ahora estoy más flaco y que hago ejercicio. Que viera que conservo algo de la picaresca, de la ironía y a la vez de la sensibilidad que tanto le llamaba la atención. Siempre le gusto mi sensibilidad.
Boloña es más bella aun de noche. Salí a comer a mi restaurante preferido que se llama CESARI. El menú allí es invariable: Insalata Mixta con Funghi, Tortelones de auyama y salvia, costillitas de cerdo y vegetales y Tiramisú. No hay otra posibilidad. Cada plato era una batalla contra mi propio placer.
Es necesario estar en Boloña para entender los placeres de la vida. Cada rincón tiene una tienda de exquisiteces. El palacio de todo se llama TAMBORINI, donde jamones, trufas, pastas, aceites, panes, encurtidos y vinos conviven en una armonía dantesca. Soy feliz entre estos templos de cultura. La busque entre las calles, sin nostalgia, quizás con algo de premonición. En mi negocio buscas mucho, casi todo el tiempo, pero pocas veces consigues lo que quieres.
Boloña con unas cuantas copas de vino encima y la exhuberancia de su magnifica comida parece un laberinto. Me perdí sin remedio tres veces...por calles desconocidas. Todo es ganancia. Perderse aquí es un lujo extraño. Descubres un nuevo templo gastronómico, una puerta fascinante, una pareja que se besa...un nuevo departamento universitario, una música rara que sale de un balcón. Descubres que la vida es así; cuando no caminamos rara vez vemos la belleza, rara vez encontramos el horror. Rara vez tenemos razón en al emitir opiniones, si antes no has caminado.
Garisenda y Asinelli, las dos torres de Boloña me observaban entre las sombras como testigos silenciosos. Boloña tiene la universidad más antigua de occidente. 1088. Se dice fácil. Marconi, Dante, Pasolini y Copérnico han pasado por allí. Entre las dunas de ocre estaba mi pasado mi presente y mi futuro. Examinas cualquier calle y te encuentras con símbolos, códigos, texturas que te han acompañado toda la vida. Hay personas que observan los techos, otras los transeúntes que deambulan, otros los negocios. Yo miro los rostros, las caras que denotan deseo, seriedad, o simplemente soledad. Denoto la arrugas de la jornada, las cicatrices de la tristeza, las bondades de la piel. Dice un autor ingles que las miradas son un reflejo del alma. De hacer así Cesaria Evoria seria la diosa de la tristeza. La calle tiene capas por descubrir, finas lonjas de cebada existencial que deja energía por doquier.
Allí estaba ella, en una esquina, descubriendo su rostro marmoteado con finas expresiones de asombro. En eso nos parecíamos: todo nos asombraba. Su mirada hacia mi fue total. Teníamos cuatro años que no nos veíamos y el tiempo (el tiempo – otro tema que me atormenta) no había pasado en vano. Comenzaríamos ese día el viaje de redescubrirnos. Reencontrar algunas viejas postales de gustos y sabores compartidos, redefinir la forma de tocarnos y vernos, colocar en el centro del episodio nuevas formas de transitar la geografía tantas veces pérdida de la memoria y los sentimientos. Nos esperaba un nuevo capítulo.
Boloña
Octubre - 2003
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