Llegamos a Bangkok una mañana calurosa. El impacto de la primera vez en Asia fue devastador. Se sintió de inmediato una pesadez en el aire, un maquillaje marrón que me tomo días entender, como un paisaje que no cuadra cuando te enfrentas a una ciudad nueva. Los carros se transformaban en personas que transpiraban y los transeúntes eran las victimas permanentes de esos cuentos de terror sobre el futuro de la tierra: la carencia del aire con la humedad del clima ecuatorial hace que los habitantes lleven mascaras y todos parezcan de otro planeta.
Bangkok ha crecido sin aparente planificación urbana. Sus edificios modernos se amontonan en torno a estructuras más viejas. Sus caminos y calles no se dan abasto frente a la nueva fachada de modernidad de la ciudad; y el mono- riel recién construido parece una serpiente que zig zagea la ciudad en una cadena interminable de acero y ruido. Es la ciudad gótica “asian style”.
Rápidamente me apodere de los sabores de la ciudad. No perdí tiempo y durante diez días surfee por la ola de "the World Food Movement". Obviamente la comida Thai amenizaba los desayunos y los almuerzos; mientras que las cenas si representaban un esfuerzo calculado en base a áreas geográficas de Asia: Islas Mauricio, Fiji, Nepal, Cantón, Hunan, el norte de India, Vietnam, entre otros. Las anécdotas son múltiples: desde el chef Hindú de Lord Montbatten que nos sirvió un cordero impecable hasta las langostas que nadaban en una pecera gigante en un restaurante chino que parecía una residencia de familia y cuyos dueños tenían una apariencia que solo se pude describir como "dantesca".
Basta de divangancias. Podría contar mi experiencia con el budismo, o la aventura en la ciudad imperial o el extraño caso de la sala de emergencia en un hospital del tercer mundo. En realidad en Bangkok lo que quiero rescatar son los espacios nocturnos. La noche es el ambiente natural de esta ciudad. De día Bangkok es una ciudad pesada, intransitable, apocalíptica casi. De noche no deja de espeluznar; no dejamos de preguntarnos como 14 millones de personas pueden comer, dormir y amar al mismo tiempo. De día Bangkok es un gran desierto vacío con algunos oasis como los centros comerciales y los carros que tienen aire acondicionado. Las calles gozan de un silencio tropical. La siesta es la norma de dos a seis de la tarde. De noche Bangkok es la ciudad de todas las culturas y edades, en donde se entre mezcla lo comercial con lo privado, lo banal con lo creativo, los neones de las luces con la privatización de los cuerpos (si- la prostitución también tiene sus espacio nocturnos económicamente viables), lo moderno con lo tradicional en una suerte de mosaico postmoderno pan asiático. La vida nocturna es una gran caminata de millones de personas que buscan: redecorar sus almas con modas japonesas (los jóvenes parece muñecos de anima), escuchar música de todo el planeta (el rock chino parece llevar la vanguardia), legitimizar todo lo pirata (louis voittton junto a hello kitty versión thai) y entender la prostitución como "un brand", una marca hecha para todas las medidas. La gente camina "en cholas", un último vestigio de lo tradicional pre- boom de la capital del tigre asiático.
"Lo nocturno" se reconoce en los espacios que construye la ciudad en su intento de socializar, de construir identidades pero sobretodo de privatizar: todo el espacio insistimos, en una lucha sin fin contra el espacio público, un asalto sobretodo al peatón o al conductor que no puede huir ni siquiera a los pocos parques "públicos" de la ciudad. Bangkok de noche es una gigantesca verbena de pueblo, amenizada por el capitalismo estructural, ahora visitante permanente de la psiquis thai.
Tomamos un taxi para que nos lleve a algún punto de la ciudad. La marea de colores y olores nos absorben. Tal cual como en una nave especial el conductor sortea por metereoritos (vendedores ambulantes), planetas (puestos de comida en el medio de la calle) y cometas (un elefante que cabalga frente a nuestro taxi despavorido, como un unicornio de una mitología hindú, mientras su dueño lo persigue). El realismo mágico no solo es de propiedad latino americana. Hay unos 400 elefantes por toda la ciudad, animales domésticos de otra época que se niegan a desaparecer.
En Pat Pong se consigue literalmente todo lo que hay en la tierra: películas piratas con toda clase de orientaciones, muebles, piezas de bronce, estatuas de Buda que conviven con afiches de Brad Pitt, niñas de 15 años que venden sus cuerpos por unos pocos baht, libros de Harry Potter en una decena de idiomas, los sitios de sushi mas increíbles de nuestras vidas, masajistas para todas las partes del cuerpo, helados de frutas desconocidas, carteras de marca, etc. Es la Globalización de consumo, con tonos utópicos. Todo tiene un precio. Todo es posible. Todo puede ser tuyo.
Bangkok goza la noche como su espacio vital de vida. El clima invita a que todo se haga de noche. Lo nocturno y el espacio que lo representa, a partir de estas interacciones sociales, es privatizado a un extremo que puede ser comparable con Ámsterdam o Berlín. Pero también puede ser visto en este caso como una ciudad que vive de su economía de noche. Sin duda que cualquier estudio económico de la ciudad arrojaría del hecho de que el Producto Interno Bruto de la ciudad, por lo menos en el tercer sector esta determinado por su “night economy”.
Una noche decido dejar a mi grupo e irme a un barrio en las afueras de la ciudad. Al bajarme del taxi la odisea parece homérica. El laberíntico crucigrama de calles, callejuelas, recodos, pasillos y huecos me obliga a contratar un guía que me lleve a mi destino. Caminamos en silencio, el ingles del guía es pidgin- es decir inexistente. Mi thai es un libro vacío. Observo la limpieza del "shanty town" tailandés. Sumidos en la pobreza, los habitantes tienen una especie de código de higiene que soporta toda prueba sanitaria suiza. Todos los caminos están iluminados, los espacios nocturnos son en realidad espacios de convivencia en donde la vida privada se transforma en pública (tal como hemos visto en el mediterráneo, en las costas del caribe y en algunas partes de África): las personas hacen vida social en la calle, se venden todos tipos de productos, se discute con el vecino, se tiene la calle como espacio televisivo, la noche da licencia para disfrutar de las pequeñas bondades de la familia. Los niños juegan en la calle, cuatro señores sentados afuera disfrutan de un juego de mah jong; un vendedor de pinchos dudosos, uno de ellos de murciélago, vende su producto con franco orgullo.
Mi meta de pasear por este laberinto oriental es llegar al medio del barrio. Allí se encuentra un peculiar espacio nocturno. Es el estadio de XXXXX templo sagrado de las peleas de muay thai: el mítico boxeo tailandés. Es un espacio nocturno masculino por excelencia (como las cantinas mexicanas, los café con piernas de Santiago o los bares de la Lecuna) donde por unos pocos dólares (y algunas miradas suspicaces) logre sentarme en unos bancos de madera al lado de unos 200 chinos, apostadores y gritones profesionales. MUAY THAI es el deporte del pueblo en Tailandia. Los campeones son héroes nacionales y la representación de la disciplina y la constancia. El espacio nocturno masculino goza de cualidades públicas: es barato entrar, es un lugar de encuentro, se difunde una cultura del ocio, es llamativo ver gente de todas las clases sociales y no se consume alcohol. Me provoca probar alguno de los pinchos dudosos, pero me aguanto: quizás decida cometer el auto suicidio mas tarde.
En total hay una diez peleas, dos de ellas en la que se enfrentan un extranjero (europeo) con un thai. Los ritos son interesantes. El juez, suerte de monje budista baña de incienso el ring y procede a declamar alguna oración milenaria mientras cada boxeador postrado en su esquina le reza a algún Dios profano. Comienza el combate, un grupo musical acompaña la danza letal de las patadas y golpes con un ritmo de tambores totalmente diferente a cualquier otra melodía occidental. Los extranjeros sucumben rápidamente a la tradición de los boxeadores tailandeses y son derrotados sin ninguna piedad. Seria impensable que alguno perdiera. Los apostadores chinos gritan durante todo el combate, una coral de apuestas e insultos en contra de uno u otro. En la última pelea cuando sale el campeón nacional thai, hay un silencio que estremece mis huesos y lo que sigue a continuación es una gritería infernal, “¡Nung Yai THAI Nung Yai Thai!”. El espacio nocturno sirve de aliviador temporal de emociones y frustraciones de la vida cotidiana y un recuerdo de identidad: “¡Nung Yai THAI Nung Yai Thai!”, una suerte de comunidad imaginada nacional.
El espacio nocturno deportivo permea el barrio como un nuevo templo de adoración. Allí se resume el ocio masculino y juvenil y se configura la acción social en términos económicos. Es un espacio de ocio que fue creado a partir de una tradición pero que ahora obedece a las fuerzas del mercado: es econonómicamente viable, de el dependen un sin numero de empleos, y su proyección es fácilmente identificable con la población, como lo es la lucha libre en México.
Otro espacio nocturno. El río Mekong bordea la ciudad como un testigo fiel y contaminado de siglos de coexistencia. A los lados y en su propio flujo miles de seres trabajaban frenéticamente en bares, locales comerciales, ventas informales, barcos festivos y demás espacios nocturnos de ocio. La economía del rió tiene su fase nocturna y se ha convertido en un producto al que acuden personas de todas partes del mundo. Lo tradicional se mezcla con lo moderno. Se vende en paquetes. Vamos a un barco – restaurante a degustar comida del norte de Tailandia (mucho mas picante que el resto del país) y allí en una especie de disney se nos brinda todo tipo de atenciones tradicionales: música disonante a nuestros oídos, bailarinas bellísimas que mueven sus dedos al compás de la música, comediantes burlescos disfrazados de mujeres, en fin la ritualizacion de lo thai en un juego turístico algo plástico pero sin duda exótico.
Lo nocturno en Bangkok resume la cultura del ocio. Los espacios nocturnos son el escenario para dicha cultura. La exploración de lo nocturno seguirá su curso por otros escenarios en próximas aproximaciones.
Bangkok ha crecido sin aparente planificación urbana. Sus edificios modernos se amontonan en torno a estructuras más viejas. Sus caminos y calles no se dan abasto frente a la nueva fachada de modernidad de la ciudad; y el mono- riel recién construido parece una serpiente que zig zagea la ciudad en una cadena interminable de acero y ruido. Es la ciudad gótica “asian style”.
Rápidamente me apodere de los sabores de la ciudad. No perdí tiempo y durante diez días surfee por la ola de "the World Food Movement". Obviamente la comida Thai amenizaba los desayunos y los almuerzos; mientras que las cenas si representaban un esfuerzo calculado en base a áreas geográficas de Asia: Islas Mauricio, Fiji, Nepal, Cantón, Hunan, el norte de India, Vietnam, entre otros. Las anécdotas son múltiples: desde el chef Hindú de Lord Montbatten que nos sirvió un cordero impecable hasta las langostas que nadaban en una pecera gigante en un restaurante chino que parecía una residencia de familia y cuyos dueños tenían una apariencia que solo se pude describir como "dantesca".
Basta de divangancias. Podría contar mi experiencia con el budismo, o la aventura en la ciudad imperial o el extraño caso de la sala de emergencia en un hospital del tercer mundo. En realidad en Bangkok lo que quiero rescatar son los espacios nocturnos. La noche es el ambiente natural de esta ciudad. De día Bangkok es una ciudad pesada, intransitable, apocalíptica casi. De noche no deja de espeluznar; no dejamos de preguntarnos como 14 millones de personas pueden comer, dormir y amar al mismo tiempo. De día Bangkok es un gran desierto vacío con algunos oasis como los centros comerciales y los carros que tienen aire acondicionado. Las calles gozan de un silencio tropical. La siesta es la norma de dos a seis de la tarde. De noche Bangkok es la ciudad de todas las culturas y edades, en donde se entre mezcla lo comercial con lo privado, lo banal con lo creativo, los neones de las luces con la privatización de los cuerpos (si- la prostitución también tiene sus espacio nocturnos económicamente viables), lo moderno con lo tradicional en una suerte de mosaico postmoderno pan asiático. La vida nocturna es una gran caminata de millones de personas que buscan: redecorar sus almas con modas japonesas (los jóvenes parece muñecos de anima), escuchar música de todo el planeta (el rock chino parece llevar la vanguardia), legitimizar todo lo pirata (louis voittton junto a hello kitty versión thai) y entender la prostitución como "un brand", una marca hecha para todas las medidas. La gente camina "en cholas", un último vestigio de lo tradicional pre- boom de la capital del tigre asiático.
"Lo nocturno" se reconoce en los espacios que construye la ciudad en su intento de socializar, de construir identidades pero sobretodo de privatizar: todo el espacio insistimos, en una lucha sin fin contra el espacio público, un asalto sobretodo al peatón o al conductor que no puede huir ni siquiera a los pocos parques "públicos" de la ciudad. Bangkok de noche es una gigantesca verbena de pueblo, amenizada por el capitalismo estructural, ahora visitante permanente de la psiquis thai.
Tomamos un taxi para que nos lleve a algún punto de la ciudad. La marea de colores y olores nos absorben. Tal cual como en una nave especial el conductor sortea por metereoritos (vendedores ambulantes), planetas (puestos de comida en el medio de la calle) y cometas (un elefante que cabalga frente a nuestro taxi despavorido, como un unicornio de una mitología hindú, mientras su dueño lo persigue). El realismo mágico no solo es de propiedad latino americana. Hay unos 400 elefantes por toda la ciudad, animales domésticos de otra época que se niegan a desaparecer.
En Pat Pong se consigue literalmente todo lo que hay en la tierra: películas piratas con toda clase de orientaciones, muebles, piezas de bronce, estatuas de Buda que conviven con afiches de Brad Pitt, niñas de 15 años que venden sus cuerpos por unos pocos baht, libros de Harry Potter en una decena de idiomas, los sitios de sushi mas increíbles de nuestras vidas, masajistas para todas las partes del cuerpo, helados de frutas desconocidas, carteras de marca, etc. Es la Globalización de consumo, con tonos utópicos. Todo tiene un precio. Todo es posible. Todo puede ser tuyo.
Bangkok goza la noche como su espacio vital de vida. El clima invita a que todo se haga de noche. Lo nocturno y el espacio que lo representa, a partir de estas interacciones sociales, es privatizado a un extremo que puede ser comparable con Ámsterdam o Berlín. Pero también puede ser visto en este caso como una ciudad que vive de su economía de noche. Sin duda que cualquier estudio económico de la ciudad arrojaría del hecho de que el Producto Interno Bruto de la ciudad, por lo menos en el tercer sector esta determinado por su “night economy”.
Una noche decido dejar a mi grupo e irme a un barrio en las afueras de la ciudad. Al bajarme del taxi la odisea parece homérica. El laberíntico crucigrama de calles, callejuelas, recodos, pasillos y huecos me obliga a contratar un guía que me lleve a mi destino. Caminamos en silencio, el ingles del guía es pidgin- es decir inexistente. Mi thai es un libro vacío. Observo la limpieza del "shanty town" tailandés. Sumidos en la pobreza, los habitantes tienen una especie de código de higiene que soporta toda prueba sanitaria suiza. Todos los caminos están iluminados, los espacios nocturnos son en realidad espacios de convivencia en donde la vida privada se transforma en pública (tal como hemos visto en el mediterráneo, en las costas del caribe y en algunas partes de África): las personas hacen vida social en la calle, se venden todos tipos de productos, se discute con el vecino, se tiene la calle como espacio televisivo, la noche da licencia para disfrutar de las pequeñas bondades de la familia. Los niños juegan en la calle, cuatro señores sentados afuera disfrutan de un juego de mah jong; un vendedor de pinchos dudosos, uno de ellos de murciélago, vende su producto con franco orgullo.
Mi meta de pasear por este laberinto oriental es llegar al medio del barrio. Allí se encuentra un peculiar espacio nocturno. Es el estadio de XXXXX templo sagrado de las peleas de muay thai: el mítico boxeo tailandés. Es un espacio nocturno masculino por excelencia (como las cantinas mexicanas, los café con piernas de Santiago o los bares de la Lecuna) donde por unos pocos dólares (y algunas miradas suspicaces) logre sentarme en unos bancos de madera al lado de unos 200 chinos, apostadores y gritones profesionales. MUAY THAI es el deporte del pueblo en Tailandia. Los campeones son héroes nacionales y la representación de la disciplina y la constancia. El espacio nocturno masculino goza de cualidades públicas: es barato entrar, es un lugar de encuentro, se difunde una cultura del ocio, es llamativo ver gente de todas las clases sociales y no se consume alcohol. Me provoca probar alguno de los pinchos dudosos, pero me aguanto: quizás decida cometer el auto suicidio mas tarde.
En total hay una diez peleas, dos de ellas en la que se enfrentan un extranjero (europeo) con un thai. Los ritos son interesantes. El juez, suerte de monje budista baña de incienso el ring y procede a declamar alguna oración milenaria mientras cada boxeador postrado en su esquina le reza a algún Dios profano. Comienza el combate, un grupo musical acompaña la danza letal de las patadas y golpes con un ritmo de tambores totalmente diferente a cualquier otra melodía occidental. Los extranjeros sucumben rápidamente a la tradición de los boxeadores tailandeses y son derrotados sin ninguna piedad. Seria impensable que alguno perdiera. Los apostadores chinos gritan durante todo el combate, una coral de apuestas e insultos en contra de uno u otro. En la última pelea cuando sale el campeón nacional thai, hay un silencio que estremece mis huesos y lo que sigue a continuación es una gritería infernal, “¡Nung Yai THAI Nung Yai Thai!”. El espacio nocturno sirve de aliviador temporal de emociones y frustraciones de la vida cotidiana y un recuerdo de identidad: “¡Nung Yai THAI Nung Yai Thai!”, una suerte de comunidad imaginada nacional.
El espacio nocturno deportivo permea el barrio como un nuevo templo de adoración. Allí se resume el ocio masculino y juvenil y se configura la acción social en términos económicos. Es un espacio de ocio que fue creado a partir de una tradición pero que ahora obedece a las fuerzas del mercado: es econonómicamente viable, de el dependen un sin numero de empleos, y su proyección es fácilmente identificable con la población, como lo es la lucha libre en México.
Otro espacio nocturno. El río Mekong bordea la ciudad como un testigo fiel y contaminado de siglos de coexistencia. A los lados y en su propio flujo miles de seres trabajaban frenéticamente en bares, locales comerciales, ventas informales, barcos festivos y demás espacios nocturnos de ocio. La economía del rió tiene su fase nocturna y se ha convertido en un producto al que acuden personas de todas partes del mundo. Lo tradicional se mezcla con lo moderno. Se vende en paquetes. Vamos a un barco – restaurante a degustar comida del norte de Tailandia (mucho mas picante que el resto del país) y allí en una especie de disney se nos brinda todo tipo de atenciones tradicionales: música disonante a nuestros oídos, bailarinas bellísimas que mueven sus dedos al compás de la música, comediantes burlescos disfrazados de mujeres, en fin la ritualizacion de lo thai en un juego turístico algo plástico pero sin duda exótico.
Lo nocturno en Bangkok resume la cultura del ocio. Los espacios nocturnos son el escenario para dicha cultura. La exploración de lo nocturno seguirá su curso por otros escenarios en próximas aproximaciones.
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