estas alturas quedan claras varias cosas después de la Reforma Protestante. Que Martín Lutero ha sido el mayor promotor de la lectura de todos los tiempos: su convicción de que no existía mejor credo que la Biblia en el mundo cristiano y que cualquiera tenía derecho a leerla de manera directa, sin intermediarios, fue un detonante cuyas ondas expansivas aún nos alcanzan y habrán de sobrevivirnos, seguramente, por largo tiempo. Que los pueblos con mayor número de lectores promedio son principalmente aquellos donde el protestantismo se asentó (Japón es caso aparte). Que las comunidades protestantes le llevan una ventaja de 200 años a las católicas en materia de lectura, pues estas últimas realmente empezaron a leer de manera significativa a partir de la Ilustración y sólo lo hicieron sus elites. Que también los países con mayor arraigo protestante son en general sociedades más desarrolladas y democráticas.
No sólo eso, el ejercicio de la crítica literaria profesional puede decirse que es otra consecuencia de la cultura protestante por el hábito de leer directamente la Biblia y tener una interpretación personal de todos los libros que la conforman. Antes de la Reforma los eruditos sólo intercambiaban con sus pares y muchas veces debían adecuar sus conclusiones a los poderes fácticos de entonces. La lectura directa de la Biblia permitió que cualquier persona ejerciera y pusiera a prueba su pensamiento crítico: de allí que la distinta interpretación de ese libro sagrado diera lugar a distintas congregaciones religiosas.
No es una locura imaginar que la verdadera patria de los pueblos protestantes sea un libro: la Biblia. En esa patria nació Monsiváis uno de los críticos más agudos del México contemporáneo, el último escritor que era plenamente reconocido en la calle según José Emilio Pacheco.
Sus lecturas multiculturales de la política y la sociedad donde se cruzan el cine, la música culta y popular, la poesía de Octavio Paz, la deslumbrante prosa de Martín Luis Guzmán con las canciones de José José, la investigación erudita y el rumor de la calle son producto de esa visión protestante de entender y conectar al individuo con su historia y su comunidad.
Su solidaridad, su lucha por las causas perdidas o difíciles (mi verdadera causa parece que son las causas perdidas
), su militancia contra la intolerancia, la explotación, la injusticia en realidad son la consecuencia obvia de su formación religiosa. Puede decirse que su crítica feroz contra los abusos del poder, contra los feminicidios o los crímenes de odio son ante todo un asunto de ética, de una ética protestante llevada hasta sus últimas consecuencias.
Sólo así puedo entender su apoyo irrestricto a las minorías, a los disidentes, a los que se niegan a dejar de ser para ser aceptados: los indios, las mujeres, los sindicatos independientes, las sociedades protectoras de animales, los refugios de niños con sida, los disidentes políticos, los homosexuales y naturalmente las comunidades protestantes perseguidas aun en nuestros días en zonas tan intolerantes como la de San Juan Chamula, donde se impide la educación pública a niños con creencias diferentes al catolicismo.
Hace algunos años me invitaron a dar una conferencia a Ixmiquilpan, Hidalgo, en el paupérrimo Valle del Mezquital para hablar sobre intolerancia religiosa. Me invitaron porque había escrito algo al respecto. Cuando Monsiváis se enteró que había ido me reclamó que yo no lo hubiera invitado. Pocas veces lo vi tan molesto. “Ese tema me importa –me dijo–, no se vale, la próxima me invitas”. Al cronista le interesaba estar en esos lugares límite por su olfato periodístico pero también, sin duda, por sus orígenes protestantes. Seguramente quería comprobar que aún existen comunidades de violentos que apedrean a los disidentes religiosos.
Cuando uno visitaba a Monsiváis en Navidad o Semana Santa era común escuchar en su casa –que era una biblioteca de poco más de 40 mil volúmenes, una audioteca y una videoteca formidables– gospel, himnos, estribillos protestantes (ésos que ahora la Iglesia católica ha incorporado a sus servicios para animarlos) y el Mesías de Haendel cuyas estrofas conocía en inglés y español.
Como le gustaba jugar con su memoria y su inteligencia un día le propuse a Carlos Monsiváis un ejercicio singular: yo tomaría una antología de poemas, la abriría al azar y el tenía que decirme quién era el autor de los versos mientras yo los leía.
De los 14 poemas que escogí no tardó en identificar a cada uno de sus autores después de escuchar los primeros versos. No sólo eso, cuando yo leía por ejemplo el segundo o el tercer verso él continuaba recitando entre dientes los versos que seguían. No pasé de 14 porque después quise hacer algo similar con una Biblia. Después de que identificó un salmo y un versículo de los evangelios abandoné la empresa. Ese día me enteré que sabía de memoria todos los salmos, casi todo el libro de Proverbios y no pocos pasajes bíblicos. También ese día me dijo que la mejor traducción al español de la Biblia era la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, porque su sonoridad rescataba la música del Siglo de Oro español.
Picado por su contundente afirmación le pregunté a Octavio Paz, otra inteligencia notable de nuestra cultura, cuál era para él la mejor traducción de la Biblia al español: la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, me dijo y me informó que lo mismo pensaba Antonio Alatorre, un especialista en la literatura del Siglo de Oro.
Hace tiempo Carlos Martínez, colaborador de La Jornada, se ha dedicado a investigar, me parece, lo que podríamos llamar el código genético de Carlos Monsiváis
a partir de estas líneas:
Mi madre puso de su parte mi nacimiento, mi primera formación, mi capacidad de pelearme en vano, mi primer amor por los libros…
Mi verdadero lugar de formación fue la Escuela Dominical.
Y lo que ha encontrado Carlos Martínez es la enorme presencia de la cultura protestante en los textos de este escritor: de su autobiografía precoz hasta sus crónicas reunidas en Apocalipstik, pasando por El nuevo catecismo para indios remisos. El único libro de ficción escrito por Monsiváis.
La Biblia y la iconografía heterodoxa de Carlos Monsiváis, de Carlos Martínez, nos acerca como pocos ensayos a esa ética de Carlos Monsiváis que fue el centro y el motor de su crítica.
Ahora que Monsiváis ya es sus lectores, los textos de Carlos Martínez reunidos en ese libro contribuyen a una lectura más completa y gozosa de las crónicas y ensayos de este cronista que nos hizo mirar al mundo con un ligero aumento de luz.
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